La Filosofía de la Inteligencia Artificial es una especialización interdisciplinar de la Filosofía de la Ciencia en relación directa con los fundamentos de las Ciencias Naturales y Cognitivas. Su objeto formal aborda cuestiones centrales a la definición, límites e implicancias del conjunto de técnicas de las Ciencias de la Computación que emulan resultados de operaciones que en humanos se denominan percepción y conocimiento, las que a su vez suelen asociarse con la inteligencia. La Filosofía de la Inteligencia Artificial propone una formulación precisa de las preguntas que emergen de la invención de la IA: si es posible que las máquinas piensen, que aprendan o que posean conciencia. Asimismo, busca darles la mejor respuesta articulada en términos acordes a la ciencia actual y la filosofía.

El germen de esta disciplina se remonta a las décadas de 1940 y 1950, con los primeros desarrollos en cibernética y teoría de la computación de Norbert Wiener y Alan Turing. Wiener planteó preocupaciones éticas sobre el desarrollo de sistemas autónomos, anticipando cuestiones sobre el impacto social de la automatización y la IA. A su vez, Turing puso en el centro de la discusión la posibilidad misma de considerar como inteligencia o pensamiento a los procesos internos de ciertas máquinas avanzadas. Estas propuestas marcaron el inicio del debate filosófico sobre la capacidad de las máquinas para emular procesos cognitivos.
Durante las décadas de 1960 y 1970, el campo de la IA avanzó rápidamente en términos técnicos que potenciaron paralelamente las reflexiones filosóficas sobre la materia. Los primeros argumentos epistemológicos de consideración surgieron de los trabajos de Michael Polyani, Mortimer Taube y Mario Bunge que, desde diversas posiciones, expresaron la dificultad para plasmar la dimensión cualitativa del conocimiento en la formalización computacional. Joseph Weizenbaum es uno de los primeros matemáticos e ingenieros de la IA en impulsar a sus pares hacia una reflexión ética sobre las posibles consecuencias de la proliferación de IAs. Stanley Jaki y John Lucas profundizan un abordaje epistemológico sobre el posible alcance funcional de las computadoras a partir de argumentos que sostienen la diferencia entre cerebro y mente. También filósofos analíticos como John Searle, Hilary Putnam y Hubert Dreyfus cuestionaron también algunas de las premisas de la IA denominada "simbólica", estableciendo límites teóricos para la capacidad de la IA. Otros filósofos, adoptaron una visión más optimista, como Margaret Boden o Daniel Dennett, sugiriendo que la conciencia y la mente podrían ser resultado de procesos computacionales complejos, lo que alinea la IA con teorías funcionalistas de la mente. Sobre esta línea se mueven los grandes precursores de la IA superinteligente como como Marvin Minsky y los de la supremacía digital como Hans Moravec y Ray Kurzweil.
En las últimas décadas del siglo XX, la disciplina se expandió con la diversificación de nuevas técnicas de IA, como las redes neuronales y los sistemas expertos, lo que reavivó preguntas sobre la intencionalidad, la autonomía y la ética de los algoritmos en autores como Hubert Dreyfus. Es importante reconocer el aporte de pensadores como el filósofo Gilbert Simondon o la psicóloga Sherry Turkle que, si bien no toman el específico de la IA como tema central, la profundidad de su análisis sobre la tecnología y su relación con las personas y la sociedad aplica perfectamente a una Filosofía de la IA.
Actualmente, la Filosofía de la IA aborda no solo cuestiones ontológicas sobre la naturaleza de la inteligencia artificial, sino también temas éticos, políticos y sociales. La aparición de modelos de lenguaje masivos y sistemas de IA generativa ha puesto en primer plano preguntas sobre la responsabilidad, el sesgo algorítmico y la autonomía de los sistemas. Filósofos contemporáneos, como Nick Bostrom, exploran los riesgos existenciales asociados con la singularidad superinteligente, mientras que otros, como Luciano Floridi, desarrollan marcos éticos para guiar el desarrollo de tecnologías que respeten los valores humanos. En este último sentido, la Filosofía de la Inteligencia Artificial también ha evolucionado. No sólo incluye el debate teórico sobre las posibilidades de la inteligencia artificial sino una disciplina crítica que, en diálogo con los desarrolladores, influye en el diseño, regulación y aplicación de tecnologías que transforman profundamente nuestra sociedad.
¿Narrativa de Divulgación o Interdisciplina Científica?
La escena actual de la IA es tan promisoria como compleja. Enormes avances en desarrollo y aplicación que al tiempo que otorgan beneficios concretos conllevan no pocos desafíos sociales a resolver. Se suma a esto que viejos debates, otrora sólo de interés para académicos y expertos, han tomado dominio público y partidarios de toda índole. Sin mucha pérdida de rango, quizás puede agruparse conceptualmente a estos debates en uno de figura y otro de fondo. El primero, la querella -tanto interna en la academia y desarrolladores cuanto externa en mercados y gobiernos- de si las IAs tienen, tendrán o tendrían una verdadera inteligencia y si esta puede ser “general” en un sentido de amplitud de campo y “fuerte” en el orden de la capacidad y cuál es el impacto de cada una de estas opciones en la sociedad. El segundo, la discusión de las ciencias cognitivas, las neurociencias y otras interesadas en la mente, el lenguaje, el conocimiento y la consciencia sin que entre disciplinas y expertos haya acuerdos profundos.
En este contexto, poco ayudan las narrativas de divulgación que se instalan en los medios masivos desde la pluma o la imagen de opinadores oportunistas y futurólogos de turno. Ambas especies coinciden en la pragmática de transformar posibles hipótesis en sentencias firmes y demostradas, obviando los por mayores técnicos no resueltos y apostando ya sea por una distópica optimista o por un paroxismo pesimista según mejor se les dé el discurso.
Así las cosas, hablar de ”filosofía de…” podría prestarse entonces a algún prejuicio. Puede aparecer una veloz interpretación que crea que un abodaje filosófico de las inteligencias artificiales no es más que otra voz en la retórica mediática. O también, al menos concediendo una mejor capacidad de juicio, la vea como una contraparte más en la discusión multidisciplinar de fondo pero, lamentablemente, una que sólo ofrece profundizar los problemas más que aportar soluciones.
Sin embargo, tal creencia o mirada se pierde buena parte de la realidad. En estos tiempos en que, gracias la las mismas IAs, datos y procesos se hacen tan asequibles y ubicuos, en los más variados ámbitos se valora crecientemente la capacidad de elaboración intelectual y el pensamiento crítico que, no casualmente, son pilares del ejercicio filosófico.
Asimismo, el marco epistemológico y antropológico que brinda una Filosofía de la Inteligencia Artificial cierra brechas o, al menos, produce acercamientos. Por una parte, entre actores de diversas disciplinas que concurren en la misma cadena de valor del desarrollo de las IAs otorgándoles un contexto de integración interdisciplinar. Y por otra, entre la propia tecnología y sus usuarios, ofreciendo criterios éticos de innovación y adopción colaborativa.
Filosofía de la Inteligencia Artificial
Karl Popper sostiene que toda ciencia comienza con problemas filosóficos y termina con problemas filosóficos. Dentro de las Ciencias de la Computación, aquellas disciplinas agrupadas bajo la denominación de “inteligencia artificial” (IA) no parecen ser una excepción. Basta analizar los escritos seminales de los fundadores y los desarrollos de los pioneros en la materia para ver que sus inquietudes originales son del orden filosófico y epistemológico. En segunda instancia, el planteo de problemas derivados junto a la búsqueda de respuestas científicas va estableciendo, más o menos orgánicamente, algunas teorías sustantivas de las IAs. Este marco teórico algo fragmentario –y aún falto de algunos acuerdos generales– constituye, junto a las teorías operativas en evolución, el andamiaje técnico que sostiene a las IAs como objetos formales y artefactos tecnológicos.