La necesidad de algún grado de control y ajuste de la acción-reacción con algunas construcciones técnicas hechas por el hombre es de suyo proporcional a sus fines, sean estos por ejemplo, herramentales o lúdicos. Desde una primitiva situación de ejecutar procesos y revisar registros de valores manualmente a la automatización –adecuadamente denominada cibernética– de dar “órdenes” y tener retroalimentación, se da una interacción humano-objeto. Pero una suerte de bilateralidad en la “comunicación” entre humanos y sus artefactos es un fenómeno del último siglo que ha tenido un obvio crecimiento exponencial reciente mediante el avance de las inteligencias artificiales. En particular, las IAs generativas (GenAI) han transformado profundamente la manera en que las personas interactúan con las máquinas y lo continuarán haciendo en mayor medida aún en el futuro inmediato.

En este contexto, se exploran aquí algunos aspectos epistémicos de la colaboración de las IAs con los usuarios y dónde se encuentran los límites en la relación humano-máquina. Se analiza inicialmente las causas y consecuencias del fenómeno conocido como Efecto Eliza. En la década de 1960, el chatbot ELIZA de Joseph Weizenbaum del MIT, que utilizaba técnicas básicas de coincidencia de patrones y repetición, logró que muchos usuarios le atribuyeran una comprensión emocional y una intención genuina. Su nombre se utiliza ahora para describir la tendencia humana a atribuir estados mentales y capacidades cognitivas a sistemas de IA que imitan el lenguaje humano. A partir de una revisión filosófica y psicológica, se explora cómo esta atribución mental refleja mecanismos propios de las relaciones interpersonales y los desafíos que esto plantea en el mundo contemporáneo. La situación, lejos de ser anecdótica, revela una predisposición humana a proyectar subjetividad en cualquier entidad que utilice el lenguaje de forma coherente, un rasgo que persiste y se amplifica con las actuales tecnologías de procesamiento de lenguaje natural (NLP) y modelos de IA avanzados.

Este fenómeno no se debe a limitaciones cognitivas, sino a una profunda inercia fisiológica y psicológica que lleva a buscar reciprocidad y entendimiento en cualquier interlocutor, incluso si este es una máquina con semejanza humana. Las GenAI, al simular diálogos complejos, refuerzan esta tendencia, generando un desplazamiento epistémico: un cambio en la percepción que lleva a considerar a las máquinas como agentes dotados de mente y quizás de subjetividad. Sin embargo, esta atribución mental es un error conceptual que oscurece la distinción esencial entre la inteligencia personal y los procesos de cálculo de las máquinas. Aunque la IA puede imitar patrones lingüísticos y producir resultados asombrosos, su operación se basa en modelos y algoritmos que carecen de experiencia consciente o intencionalidad.

Como clave resolutiva, asiste profundizar en la importancia de la perspectiva de segunda persona (P2P), una noción clave en filosofía y psicología que resalta el papel de la atención conjunta y dinámica de reciprocidad en las relaciones interpersonales. Mientras que la perspectiva de primera persona (P1P) enfatiza la incomunicabilidad de la persona y su experiencia de introspección y la perspectiva de tercera persona (P3P) conlleva las dificultades científicas de interpretar como interiormente semejantes los procesos aparentemente similares en otra persona, la P2P es eminentemente pragmática al tener confirmación real de, al menos dos, individuos que categorizan la experiencia como realmente compartida.

Mientras que la comunicación interpersonal implica este nivel de reconocimiento mutuo, las interacciones con IA carecen de este elemento esencial y aunque las GenAI pueden colaborar eficazmente con las personas, no son capaces de participar en una relación genuina. Pueden facilitar tareas, ampliar el acceso a la información y mejorar la productividad, pero no poseen una identidad con la que se pueda establecer un vínculo auténtico.

La distinción entre “alguien” y “algo” es crucial para preservar la riqueza de las relaciones humanas en un mundo cada vez más mediado por la tecnología. La creciente personalización de las máquinas, si no es equilibrada con una reflexión crítica, podría conducir a una rectificación de las personas y a una personalización de los artefactos, desdibujando la línea que separa a la humanidad de sus creaciones.

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